Así fue la experiencia de voluntariado en Filipinas y Colombia de tres estudiantes de la Universidad de Cádiz
- Fundación Serra Schönthal
- hace 2 días
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Actualizado: hace 1 día
Cuando a Julia, María y Laura les llegó un correo electrónico informativo de la Universidad de Cádiz ninguna pudo adivinar que cambiaría el rumbo de su verano. Ese mensaje que apareció en su bandeja de entrada fue el punto de partida para poner su conocimiento y tiempo al servicio de otras personas.
Voluntariado profesionalizado
Formar parte del programa de Voluntariado que promueven la Universidad de Cádiz y la Fundación Serra-Schönthal tiene miga. Desde que se lanza la convocatoria hasta que las voluntarias seleccionadas viajan a destino, existe un proceso de formación y selección marcado por la ilusión (y cierta dosis de incertidumbre).
“Las formaciones online fueron clave, ya no solo para el voluntariado, sino para saber que quiero seguir por este ámbito laboral en mi futuro profesional”, recuerda María. A Laura le ayudaron a entender que el voluntariado sería una combinación de “entusiasmo y responsabilidad”. “En una de las sesiones, pudimos conocer a las Hermanas Oblatas de Cebú y Medellín”, cuenta Julia, y añade que el taller y las charlas con antiguas voluntarias, les ayudaron a desmontar mitos sobre el voluntariado internacional y a mitigar los miedos compartidos.
En lo práctico, la lista de vacunas (fiebre amarilla, tifoidea, hepatitis A, profilaxis frente al dengue, meningitis…) fue un recordatorio de que el voluntariado requiere también una logística que permita a las voluntarias viajar con seguridad y vivir una experiencia positiva. El vaivén entre la vida universitaria, las entrevistas, la solicitud de Beca Santander para sufragar los gastos y toda la organización requiere tiempo y una comunicación clara para que el estrés no se convierta en un freno.
Cruzar el mundo y llegar a otro hogar
Para muchas voluntarias las primeras horas en el país de acogida marcan el rumbo de toda la experiencia. Las carreteras colombianas a le parecieron "oscuras" y "temeraria" la forma de conducir a Laura, pero la llegada a la casa de las hermanas Oblatas en Ibagué fue tranquilizadora. “La hermana Edelmira nos estaba esperando en la puerta, nos recibió con un abrazo y nos llevó hasta nuestras habitaciones. Allí, encima de mi cama, habían dejado una hermosa carta de bienvenida y unos dulces típicos de Colombia; sin duda se sintió como un abrazo en el corazón”, recuerda María.
Mientras tanto, Julia se quedó sin internet al aterrizar en Cebú y tuvo que realizar algunos trámites imprevistos. “Ella se quedó una hora en el aeropuerto”, cuenta refiriéndose a la hermana que la esperó mientras ella superaba los trámites de migración sin poder comunicarse.

La vida en comunidad con las Hermanas y el equipo local formó el núcleo de la experiencia voluntaria. Julia cuenta que en Cebú “el día empieza a las 5:30 am y para las 6 am todo el mundo está despierto y ocupado en sus obligaciones”. La comida fue siempre un momento comunitario: abundante, variada, cargada de conversación y adaptada. María, que es vegetariana, recuerda las arepas de queso de la hermana Luz Elena como uno de los mejores recuerdos gastronómicos, que Laura comparte y a los que suma su nueva “adicción” por la avena.
Convivir significa también poder correr juntas, compartir merienda a media tarde, ver películas o montar clubes de lectura; actividades aparentemente “pequeñas” que consolidan vínculos y transforman la estancia de voluntariado en una experiencia de cuidado recíproco. “Me he sentido querida e incluida en todo momento. Siempre me he sentido protegida y escuchada”, resume Julia sobre su convivencia con las hermanas. Para Laura, la convivencia con las hermanas es “una de las mejores cosas de la experiencia”.
El voluntariado no es tanto el hacer, sino ser y estar
Si intentamos reconstruir cronológicamente las semanas, podemos intuir que se organizaron en micro-rituales. Mientras los lunes, en Ibagué, Laura y María establecían rutinas de formación y acompañamiento en el Centro de acogida Madre Antonia (un lugar que Laura no puede describir, porque es necesario “sentirlo”); en Cebú, Julia acompañaba a las hermanas al City Health, un centro de salud donde existe una sala reservada para mujeres en situación de prostitución. “El sentido de ir al City Health es acercarnos a ellas y darles a conocer el proyecto invitándolas a los cursos que se imparten”, explica.
En Ibagué, las tareas fueron muy variadas: desde talleres con adolescentes en colegios (que incluyó un ejercicio creativo de prevención sobre las falsas ofertas laborales que derivan en trata de personas), formaciones internas, clases de refuerzo para niñez e infancia y acompañamiento a mujeres en situación de prostitución en lugares públicos. “Realizamos tres visitas. Una puede imaginarse muchas cosas por las películas, pero sin duda, sorprende una vez lo conoces”, relata María. “Por muy preparadas que estuviésemos, nada elimina el jarro de agua fría que te cae cuando lo vives por primera vez”, apunta Laura.
Aunque para Julia el voluntariado “no es tanto el hacer, sino ser y estar”, ellas han hecho mucho. Impulsar talleres (desde collage terapéutico hasta clases de ortografía, desde sevillanas hasta talleres de elaboración de currículums), acciones de acompañamiento legal y jurídico; visitas domiciliarias para conocer el contexto familiar y económico; y evaluaciones de pequeños emprendimientos locales, como los sari-sari stores en Filipinas, que son una estrategia para diversificar ingresos fuera del ámbito de la prostitución.
Julia recuerda la mezcla de emociones que sintió al compartir con algunas mujeres momentos de maquillaje y preparación en un bar nocturno. “Las Hermanas Oblatas no juzgan, crean redes de apoyo que tienden la mano para dejar saber que las comprenden y están ahí para ellas”, reflexiona. Y esta forma de mirar se transfiere, porque Laura recalca que ha aprendido a “escuchar de verdad, a mirar sin juzgar y a creer que siempre hay posibilidad de cambio”.
En Colombia, además de las visitas a zonas y domicilios, María y Laura acompañaron a un juez a una cárcel de alta y media seguridad, una experiencia que, como estudiante de Criminología, “te hace reflexionar y aprender mucho sobre la realidad carcelaria en otros países”.
Un tridente valioso para los proyectos: escucha, confianza y talento
No son solo las voluntarias quienes recuerdan la experiencia; las hermanas que las recibieron también lo hacen.
De María destacan su creatividad y organización; pero sobre todo su “sensibilidad frente a la discriminación hacia las personas extranjeras y la vulneración de derechos” que sufren las mujeres en contextos de prostitución y trata. De Laura enfatizan su disposición de “escucha constante” y la confianza que generó tanto con el equipo como con las mujeres y adolescentes. Desde Colombia están convencidas de que ambas serían unas excelentes agentes de sensibilización en su entorno académico y social.
En cuanto a Julia, las hermanas todavía están asombradas con lo rápido que supo adaptarse a la cultura, la comida y el idioma. Pero sobre todo agradecen su “alegría y disposición”, que lograban “levantar el ánimo” de todas. También señalan que la combinación de pensamiento lógico y crítico que la caracterizan es muy necesaria en proyectos de empoderamiento para las mujeres.
El impacto del voluntariado este 2025
El voluntariado es una inversión en capacidades locales y en formación universitaria aplicada. La colaboración entre Universidad de Cádiz, Fundación Serra-Schönthal y entidades financiadoras (Becas Santander) crea un circuito de reciprocidad: la universidad forma, la fundación supervisa y articula, las hermanas y equipos locales acogen, y las comunidades reciben acompañamiento práctico. Este 2025, las voluntarias:
Impartieron talleres preventivos en colegios y centros comunitarios que llegaron a decenas de adolescentes.
Acompañaron procesos de salud y referencia en City Health (Filipinas) y centros locales (Colombia).
Realizaron visitas domiciliarias y evaluaciones de microemprendimientos.
Desarrollaron formaciones internas y crearon materiales prácticos para fortalecer ciertas habilidades.
Acompañaron procesos de asistencia jurídica y visitas a prisiones, consolidando una mirada internacional.
¿Te apuntas?
Si eres estudiante de la Universidad de Cádiz y te preguntan si merece la pena, escucha a las protagonistas:
“Considero imprescindibles este tipo de experiencias desde la vida universitaria, pues enriquece nuestra formación, no solo como profesionales, sino como personas sensibles en un mundo que necesita posturas de comprensión”, Julia.
“Esta experiencia no termina cuando uno regresa a su país, sino que continúa en la forma en que miras el mundo, más consciente, y en las decisiones que tomas después”, Laura.
“Lo que comenzó como una nueva experiencia académica, se convirtió en una oportunidad para conocer nuevas realidades, ampliar mi perspectiva y conectar con personas que me han enseñado mucho”, María.
A las empresas y a quienes gestionan responsabilidad social corporativa: apoyar el voluntariado es apoyar la formación práctica en derechos humanos de futuras profesionales.
A las estudiantes: estad atentas al correo de la Universidad de Cádiz (el mismo que impulsó a Julia, Laura y María) y preparad vuestra solicitud.



